Sábado, 06 de agosto de 2011. Mt 17, 1-9
La montaña de la transfiguración es una montaña alta, en la que hay que subir, en la que hay que esforzarse para alcanzar la cima, esto es la vida ascética. Es allí donde Jesús se transfigura, su rostro como el sol y los vestidos llenos de luz, es la luz de la cabeza que llena e ilumina el cuerpo místico, es la presencia del Transfigurado que llena a la iglesia, que llena nuestra alma.
Si Pedro se sentía bien al estar con Jesús allí, nosotros que no solo lo vemos sino que lo comulgamos, que habita dentro de nosotros, deberíamos estremecernos de amor en cada comunión, deberíamos estar ardiendo. Ahora bien, el sentimiento es humano, pero no es suficiente, por eso el Padre, en su amor, nos revela la predilección de Jesús y la necesidad de escucharlo, para que al ser tocados por Cristo, levantemos nuestros ojos y sigamos su voluntad, sus indicaciones, pues es la Sabiduría Eterna.
Virgen María, has que sea más intimo nuestro encuentro con Cristo. Amén
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