Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado.
Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz.
De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús.
Pedro dijo a Jesús: "Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías".
Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: "Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo".
Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor.
Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: "Levántense, no tengan miedo".
Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo.
Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: "No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos".
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Moisés es el personaje principal de la Ley en el Antiguo Testamento. Elías, supongo, es la representación de los profetas. Entonces estos dos personajes pueden representar a la Ley y a los Profetas. Haciendo un recuento podemos encontrar a Jesús hablando de esto varias veces:
"Así que, todas las cosas que queráis que los hombres os hagan, así también haced vosotros a ellos; porque esto es la ley y los profetas. Jesús le dijo: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente." (Mt 7, 12)
"Éste es el primero y grande mandamiento." "Y el segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo." "De estos dos mandamientos pende toda la ley y los profetas." (Mt 22, 38)
"No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir." (Mt 5, 17)
Entonces, la Ley y los profetas se pueden "resumir" en la caridad para con Dios y para con los hermanos. Es esta la razón por la cual Jesús tenía un rostro resplandeciente y una ropa brillante. Porque cuando se ama verdaderamente al prójimo y a Dios, entonces somos transformados en Dios. Cuando se ama, el ser se diviniza porque está asemejándose más a Dios que es amor. La Transfiguración nos representa, aparte de otras muchas cosas, lo que sucede en el alma del que ama con caridad auténtica. La Transfiguración nos enseña cómo vive un santo, un auténtico hijo de Dios. La Transfiguración me habla de la Inmaculada, porque la Virgen Santísima sí que supo amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo. Cuando veo a Jesús Transfigurado alcanzo a ver cómo es el alma de María, porque los que aman se transfiguran.
Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.
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