14 septiembre, 2011

Evangelio según San Juan 3,13-17.
Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo.
De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna.
Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
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 ¡Hemos sido salvados a precio de cruz! ¡Tanto amó Dios al mundo que entregó su Hijo por nosotros! ¿Pero a qué mundo se refiere si en otro pasaje dice Jesús: "no te pido por el mundo sino que los saques del mundo"? Este mundo del que habla es la humanidad entera. Los hombres nos hemos robado el corazón de Dios (qué quiso tener un corazón para que nosotros nos lo robáramos). Por lo tanto, podemos dejarnos amar o no por aquel Corazón traspasado, elevado en el madero por nuestra salvación, o por el contrario podemos despreciar tanto amor. Pero ¿Será capaz un alma de despreciar a Dios después de ver todo lo que hace por nosotros? ¿Será capaz un alma de olvidar todo lo que se ha hecho por ella? Entonces, ¿por qué no bebemos copiosamente del amor de Dios y de su costado traspasado en cada instante de nuestra vida?
Si fuéramos más de la Inmaculada... ahhh. ¡Qué diferente sería todo!

Dice Jesús:
Estoy a la puerta y llamo, esperando que me abras
ábreme que quiero entrar, que estoy a la puerta y llamo.

Si me abres entraré y yo cenaré contigo, si no me abres estaré
afuera como un mendigo.

El corazón que te he dado, es morada que yo anhelo
pero es tan digno y sagrado, que estoy a la puerta y llamo.

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