Martes, 13 de septiembre de 2011. Lc 7, 11-17
Un gentío considerable de la ciudad acompañaba a aquella mujer viuda, pero nadie podía ayudarla, sólo Jesús pudo entregarle a su hijo. Puede ser que sea mucha la gente que nos rodee, más solo nuestro Señor puede responde a nuestro corazón, solo de Él se obtiene la verdadera compañía, solo en su corazón nos refugiamos.
Ahora bien, si el Señor se conmueve de tal manera al ver el sufrimiento de aquella mujer, cuánto más lo hará con su Madre, que llora por ti y por mí, que llora por las almas que no han querido aceptarle en su corazón, que intercede por nosotros, sus hijos que somos tan frágiles y débiles, cuanto más no seremos santos ante el clamor de la Inmaculada.
Madre, Reina, Señora mía, interceded por nosotros para que rápidamente seamos santos, para que amemos verdaderamente, para vivir en unión intima contigo y con tu adorado hijo Jesús.
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