Miércoles, 14 de septiembre de 2011. Lc 7, 31-35
Esta generación no se deja impregnar el corazón de la melodía de la Virgen María, que llora frecuentemente por las almas, somos nosotros cuando no meditamos con amor, cuando convertimos nuestra oración en rutina, cuando nuestra vida espiritual se vuelve insípida, cuando lo único que hacemos es criticar y mirar hacia afuera, pero falta vida interior.
El discípulo de la Sabiduría Encarnada le conoce y porque conoce su amor en acción, le reconoce presente en búsqueda de los pecadores, en búsqueda de las almas. ¿Somos discípulos de la Sabiduría? Si es así, seríamos capaces de ver lo sobrenatural en lo temporal, seríamos capaces de hacer todo en clave de eternidad.
Madre santísima, Madre de la Sabiduría, has que sea más intimo nuestro encuentro con Cristo, que seas tú quien medite en nuestro corazón para poder reconocerlo vivo y real en nuestras almas, en la cotidianidad, en nuestro contexto, en la vida de oración y en el apostolado. Amén.
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