10 febrero, 2011

Jueves 10 de febrero de 2011

Evangelio según San Marcos 7,24-30.
Después Jesús partió de allí y fue a la región de Tiro. Entró en una casa y no quiso que nadie lo supiera, pero no pudo permanecer oculto. En seguida una mujer cuya hija estaba poseída por un espíritu impuro, oyó hablar de él y fue a postrarse a sus pies. Esta mujer, que era pagana y de origen sirofenicio, le pidió que expulsara de su hija al demonio. El le respondió: "Deja que antes se sacien los hijos; no está bien tomar el pan de los hijos para tirárselo a los cachorros".
Pero ella le respondió: "Es verdad, Señor, pero los cachorros, debajo de la mesa, comen las migajas que dejan caer los hijos". Entonces él le dijo: "A causa de lo que has dicho, puedes irte: el demonio ha salido de tu hija". Ella regresó a su casa y encontró a la niña acostada en la cama y liberada del demonio.

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La liberación de la hija de la Sirofenicia no se dio por medio de grandes signos y gritos y palabras autoritarias, sino que se dio de forma suave, como si no hubiera pasado. El clamor de la madre llegó hasta los oídos de Jesús y por la gran fe que esta mujer tenía su hija quedó liberada del espíritu inmundo que la poseía.

¿Por qué Jesús responde así a esta mujer? ¿Acaso el Señor no vino a salvarnos a todos? Jesús vino a librarnos del pecado, pero el pueblo elegido, Israel, era depositario de las promesas de Dios y debía recibir el mensaje de salvación de primera mano. Jesús vino también a librar a toda la humanidad pero su mensaje debía pasar primero por el pueblo elegido para luego extenderse, poco a poco, por el resto de los hombres. Este hecho concreto es una manifestación de la gracia que se derrama sobre todos, ya que no es gratuito ni fortuito que esta mujer se presentara a Jesús.

Jesús deseaba estar solo en la casa, pero no pudo permanecer oculto. De la misma manera, cuando pensamos que en nuestra vida Dios nos ha abandonado, cuando creemos que el Señor se ha olvidado de nosotros, siempre vamos a notarlo actuando en nuestra vida. La grandeza de Dios es tan impresionante, que jamás se podrá ocultar. Por más que Dios quiera pasar desapercibido por nuestras vidas, siempre será revelado por su inmenso amor. Incluso, cuando vivamos como paganos, alejados de toda realidad religiosa lo podremos encontrar.

¿Por qué, si Jesús trataba de ocultarse le fue tan fácil a la mujer pagana llegar a donde estaba él? Porque Jesús se oculta, no como los hombres, sino que se oculta en su amor, en su grandeza, en su misericordia. Es irresistible a los ojos de las almas. Dios se oculta en la creación, en la belleza y en la caridad. Allí siempre será demasiado obvio para nosotros. A veces no lo encontramos, porque los que estamos verdaderamente escondidos somos nosotros.

Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.

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