17 febrero, 2011

Jueves 17 de febrero de 2011

Evangelio según San Marcos 8,27-33.
Jesús salió con sus discípulos hacia los poblados de Cesarea de Filipo, y en el camino les preguntó: "¿Quién dice la gente que soy yo?".
Ellos le respondieron: "Algunos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los profetas".
"Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?". Pedro respondió: "Tú eres el Mesías".
Jesús les ordenó terminantemente que no dijeran nada acerca de él.
Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días;
y les hablaba de esto con toda claridad. Pedro, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo.
Pero Jesús, dándose vuelta y mirando a sus discípulos, lo reprendió, diciendo: "¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres".

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Otra de las tentaciones de Jesús fue la propuesta de Pedro. El pilar de la Iglesia, el Vicario de Cristo, que en ese entonces todavía no lo era, juega un doble papel en este evangelio. Primero, proclamó a Jesús como el Mesías. Ninguno de los otros discípulos le dio este título, aunque al parecer Pedro hablaba por todos. En segundo lugar, Pedro se lleva aparte a Jesús y lo empezó a regañar. ¡Qué osadía la de Pedro!

Jesús se vio “tentado”, por así decirlo, a sucumbir ante las palabras de aquel hombre. Era más fácil no padecer todo lo que se avecinaba. Era más fácil escuchar a Pedro y no tener que morir, sin embargo la misión de Cristo era precisamente todo lo contrario a lo que Pedro, su amado Pedro, le proponía.

Allí es donde Jesús mira a sus discípulos y reprende a Pedro. En esta expresión de Jesús se nota cómo también por medio de la persona de Pedro, el Señor habla a sus discípulos. En un primero lugar Pedro representa a todos cuando dice que Jesús es el Mesías, en un segundo lugar, Pedro representa a todos cuando “tienta” a Jesús. En un tercer lugar, Pedro es el canal por el cual Jesús reprende a sus discípulos.

Esa misma tentación está presente en nosotros: pensar como los hombres y olvidarnos de que debemos apuntar a Dios. Olvidar que debemos tener los pies en la tierra y el corazón en el Cielo. Dejar a un lado lo a Dios para dedicarnos a nosotros mismos.

Líbranos, oh Dios, de olvidar cuál en nuestra misión.

Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.

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