16 febrero, 2011

Miércoles 15 de febrero de 2011.

Evangelio según San Marcos 8,22-26.
Cuando llegaron a Betsaida, le trajeron a un ciego y le rogaban que lo tocara.
El tomó al ciego de la mano y lo condujo a las afueras del pueblo. Después de ponerle saliva en los ojos e imponerle las manos, Jesús le preguntó: "¿Ves algo?".
El ciego, que comenzaba a ver, le respondió: "Veo hombres, como si fueran árboles que caminan".
Jesús le puso nuevamente las manos sobre los ojos, y el hombre recuperó la vista. Así quedó curado y veía todo con claridad.
Jesús lo mandó a su casa, diciéndole: "Ni siquiera entres en el pueblo".

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Nuevamente le piden a Jesús que toque a alguien, seguramente para que se mejore. Pero al Señor no le basta con orar por alguien, él quiere la conversión del pecador y su salvación. Por eso, no sólo le impone las manos, significando y produciendo el Espíritu Santo, sino que toma saliva y se la pone en los ojos, pero ¿qué puede significar esto?

La saliva está en la boca, de la boca salen las palabras. La saliva significan las palabras de alguien. Por esta razón, no sólo el Espíritu Santo desciende sobre aquel ciego, sino que la palabra llega a sus ojos, es decir al entendimiento. Así como o el Espíritu Santo llega a su corazón por medio de la imposición de manos, la Palabra llegó a su entendimiento por medio de la saliva.

El ciego, en un primer momento, no vio sino “como árboles que caminan”, pero luego, con el entendimiento iluminado vio, no árboles, sino hijos de Dios. Al fin vio todo con claridad.

Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.

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