02 febrero, 2011

Miércoles, 02 de febrero de 2011. Lc 2, 22-40

Tanto Simeón como Ana oraban continuamente, perseverantemente y pudieron reconocer al Señor y hablar cosas grandiosas de Él, pues ya le conocía, hablaban constantemente con Dios en su oración, vivían en el corazón de Dios.

Nosotros en la medida que conozcamos a Dios, que tengamos intimidad con Él vamos a poder reconocerle en el hermano, aun en el desconocido; también podremos ver su acción diaria, porque viviríamos en su corazón, podríamos reconocerle en la Eucaristía aun cuando solo veamos los accidentes.

“Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»”

Mi Señor, como María, no solo quiero tomarte en mis brazos sino recibirte dentro de mí, porque eres mi paz, en ti descansa mi alma, tiemblo por ti, mis ojos físicos ven pan, pero con la mirada de María puedo verte vivo y real, quiero adorarte, hablar contigo y hablar de ti, pero como no lo se hacer quiero que Tu Madre, que también es mi Madre, lo haga por mi.

1 comentario:

Jessica Restrepo dijo...

Definitivamente Simeón, aunque era un laico, vivía en la presencia de Dios, en unión con el Señor, vivía siendo dócil a las mociones del Espíritu ¿Cuántas veces hemos rechazado las inspiraciones de piedad que Dios nos ha dado?

Virgen María y querido San José, así como Simeón recibió a Jesús de los brazos de ustedes, yo quiero siempre y en el momento de mi muerte recibir a Jesús de sus brazos, que sean ustedes quienes entreguen mi alma a Él, que viva y muera en gracia, que mis ojos, mi ser vea su presencia para guardar el santo temor de ofenderle. Amén

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