05 junio, 2012

Cuál Cesar

Evangelio según San Marcos 12,13-17.
Le enviaron después a unos fariseos y herodianos para sorprenderlo en alguna de sus afirmaciones.
Ellos fueron y le dijeron: "Maestro, sabemos que eres sincero y no tienes en cuenta la condición de las personas, porque no te fijas en la categoría de nadie, sino que enseñas con toda fidelidad el camino de Dios. ¿Está permitido pagar el impuesto al César o no? ¿Debemos pagarla o no?".
Pero él, conociendo su hipocresía, les dijo: "¿Por qué me tienden una trampa? Muéstrenme un denario".
Cuando se lo mostraron, preguntó: "¿De quién es esta figura y esta inscripción?". Respondieron: "Del César".
Entonces Jesús les dijo: "Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios". Y ellos quedaron sorprendidos por la respuesta.
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El criterio establecido por Cristo fue “dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Pero ¿cómo aplicarlo  hoy? ¿Será que este criterio se aplica sólo al pago de los impuestos justos o al no tener imágenes religiosas?
La verdadera idolatría está más allá de tener una imagen de algo que está en la tierra o debajo de la tierra (c.f. Ex 20, 1-5). La idolatría está en poner algo en lugar de Dios, como la avaricia, la cual da al dinero el máximo lugar. Bien lo dice Pablo en su carta a los Colosenses 3, 5-6: “Hagan morir en sus miembros todo lo que es terrenal: la lujuria, la impureza, la pasión desordenada, los malos deseos y también la avaricia, que es una forma de idolatría”.
Dar al “César lo que es del César” es, como dice Straubinger[1], entender que el Evangelio es “ese insuperable motor de cada alma para el orden y bienestar de la sociedad organizada” y que debemos responder cristianamente a lo que hay de justo en el orden de los pueblos. Y como dice San Juan Crisóstomo[2]: “Tú también, cuando oigas: da al César lo que es del César, sabe que únicamente dice el Salvador aquello que no se opone a la piedad. Porque si hubiese algo de esto, no constituirá un tributo del César, sino del diablo. Y después, para que no digan: que los hombres no están sujetos, añade: "Y a Dios lo que es de Dios".”
La actitud del cristiano debe ser la de vivir “con los pies en la tierra pero con el corazón en el cielo”, es decir, sin descuidar lo que es necesario según la condición personal, vivir de frente al misterio salvífico de Cristo. La verdadera alegría del cristiano es luchar por la patria eterna; es buscar “la perfecta alegría” de la que habló San Francisco de Asís; es vivir según la oración sacerdotal de Cristo (c.f. Jn 17): “no te pido que los saques del mundo sino que los protejas de él”.
Tenemos que vivir, obligatoriamente, en el mundo. No todos están llamados a una vida ascética de pobreza y renuncia a las cosas temporales, a una vida célibe o a una vida sometida a la voluntad de un superior,  sin embargo hay que vivir, como dice San Pablo: “los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; los que se alegran, como si no se alegraran; los que compran, como si no poseyeran nada; los que disfrutan del mundo, como si no disfrutaran. Porque la apariencia de este mundo es pasajera” (1 Cor 7, 30). Es decir, con la mirada puesta en las realidades eternas, sin descuidar por ello las realidades temporales.
La vida eterna y las promesas futuras deben iluminar el vivir temporal y presente. Sin la esperanza de la resurrección entonces, “vanan sería nuestra fe” y sin esa fe entonces se absolutizaría la vida terrena descuidando la vida eterna.

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[1] Ibid. Comentario Romanos 13, 7.
[2] Homiliae in Matthaeum, hom. 70,2. Citado en Catena Aurea 5115.

Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.

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