25 noviembre, 2010
Ay Jerusalén
Ay Jerusalén que matas a los enviados de Dios, allí está tu destino y tu castigo porque vino Dios y no lo reconociste, porque vino el que te iba a liberar y no te diste cuenta y de modo particular fuiste arrasada.
El Señor es fuerte en la exhortación pero es la realidad, pues no porque Dios quiera destruir sino porque la soberbia del hombre es tal que rechaza a Dios y pone sus propios criterios y así Dios lo deja a sus errados criterios que lo llevan a la ruina.
Sin embargo por esta razón el mismo Señor siempre nos llama a que estemos preparados, preparados para el momento en que nos llame a su presencia, debemos estar en gracia de Dios pues esta es la única razón de felicidad individual y general en el hombre, cuando su responsabilidad individual va hasta la general.
Señor danos la gracia de entender tu palabra de profundizarla y de meditarla en nuestro corazón, de llevarla a nuestra vida y de amarte en ella profundamente, oh virgen inmaculada enséñame a llegar a Cristo.
¡A ti madre querida, enséñanos a amar!
¡Ad Maiorem Dei Gloriam per María!
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