21 marzo, 2011

LUNES 21 DE MARZO DEL 2011

Qué fácil es para nosotros como ser humanos soberbios y nada misericordiosos juzgar, pensar mal, comparar o condenar a mi prójimo, guardar rencor, a aquél que me cae mal, a aquél que me ha ofendido, tener presente los errores y equivocaciones de los demás. Volcar esta inclinación y esta facilidad aparentemente natural de actuar así es de cierta dificultad; aprender a perdonar, a disculpar los defectos y errores de los demás es una tarea ardua y difícil que es efecto de la dificultad para poder olvidar la injuria o la ofensa recibida, y aun mas cuando hemos sido gravemente afectados. La vida de Cristo, es claro testimonio ante nuestros ojos del amor de su corazón: un corazón que no conoce el odio ni el rencor; un corazón que a todos perdona, sin importar las veces que le hayamos ofendido, y nos pide que a semejanza suya obremos nosotros. Nuestro deseo de santidad hay queda en la más pequeño “ofensa”, a la más pequeña falta de caridad del prójimo para uno mismo; en fin el punto es que nuestra soberbia es la barrera que nos impide verdaderamente amar porque inmediatamente nuestro ego es tocado se nos olvida todas nuestras falta, todas las ofensas que hemos cometido y principalmente la infinita misericordia que Dios a tenido muchas veces conmigo y es cuando juzgo, cuando condeno, cuando no perdono. Por eso para finalizar en los dice el evangelio “den y se les dará”, así que no se nos haga raro no sentirnos amado si nunca damos amor.
Mamá dispón nuestro corazón al amor, permítenos Madre no solamente dar amor al prójimo sino también ser capaces de igual forma de dejarnos amar de nuestro prójimo porque es el amor de Dios lo que recibimos a través de ellos.
PAZ Y BIEN

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