28 marzo, 2010

Domingo de Ramos, 28 de marzo de 2010. Lc 22, 14 ss

La Pasión de Nuestro Señor comenzó inmediatamente después de la Cena Eucarística. Luego del momento más sublime y glorioso de Jesús en la tierra —sin contar la Encarnación, Muerte y Resurrección— llegó el momento de la tribulación. ¿Acaso no sucede de igual manera en nuestras vidas? Después de encontrar al Señor, de alimentarse de Él por medio de su Palabra —que da vida—, luego de compartir con Él la Eucaristía, llega el momento de la pasión.

¡Pasión, gloriosa Pasión! Es necesario pasar por ella para encontrar la Resurrección. Sin Pasión no hay muerte, y sin muerte no hay resurrección. «Si Cristo no resucitó, vana sería es nuestra fe», si Cristo no sufrió la pasión, vana sería nuestra fe. Entonces, lo mismo tiene que suceder con nosotros: si no sufrimos una pasión como la de Nuestro Señor, no podremos ser resucitados por Él.

Es en este contexto encontramos cómo el mundo moderno quiere resurrección, pero sin pasión. Todos quieren la gloria, pero sin la Cruz. Al final, no encontrarán más q    ue pasiones sin Cristo y sepulcros llenos, porque sin cruz no hay resurrección.

El mundo moderno detesta los dualismo: «¡resurrección sí! Pero sin cruz»; «¡salvación sí, pero sin Cristo»; «¡misericordia de Dios sí, pero sin justicia», y predica a grandes voces: «Dios es misericordioso, Dios perdona todo, Dios salva…» —y eso es cierto— pero se olvida de que Dios TAMBIÉN ES JUSTO y no puede perdonar al que no se arrepiente —no por un defecto de su misericordia, sino porque no nos puede obligar a que deseemos ser perdonados—.

¿Cómo encontrar el camino verdadero que Dios trazó para que nosotros lo recorramos? Mira a María, invoca a María, sigue a María, y llegarás a Cristo. ¡Cierra esos libros con teologías modernistas que niegan las verdades de fe —porque no las comprenden—! ¡Abre el Evangelio y contempla a la Inmaculdad!... y verás cuál es el verdadero camino…

Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.

Gabriel López

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