10 marzo, 2010

Lectio Divina. Miércoles 10 de marzo de 2010. Mt 5, 17-19

Este corto texto del evangelio es de una gran profundidad espiritual. Las palabras de Jesús siempre están cargadas de contenido, de enseñanzas, de vida. "Sólo tú tienes palabras de vida eterna" dijo Pedro al Señor ¿Será que nosotros también pensamos y creemos lo mismo que Pedro?

"No crean que he venido a suprimir la Ley y los Profetas". Dios tiene una cualidad especial: no destruye lo que creó. Todo lo que Dios crea es perfecto, puesto que de Dios no puede salir nada imperfecto. Es perfecto puesto que es creado bueno, ordenadamente, con un fin y un objetivo concreto, pero se puede pervertir, no por culpa o defecto de Dios, sino porque el hombre al caer en su estado de pecado sometió a toda su descendencia a la corrupción y con ella a toda la creación.

Lo mismo sucede con la Ley dada por Dios. La Ley es perfecta y tiene un objetivo y un orden concretos. Pero el hombre, de alguna manera, se ha encargado de pervertirla; por lo tanto, es necesario devolver la Ley a su forma perfecta, darle su sentido de plenitud. Eso es lo que hace Cristo con ella y con todos nosotros.

Fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, nacidos para la salvación, para gozar eternamente de Dios. Sin embargo, nosotros hemos optado por alejarnos de Él. Es por esta razón que debemos ser bautizados, para reconciliarnos con el Creador y permitirle que llene el vació que hay en nuestras almas debido al pecado original.

"No crean que he venido a suprimir la Ley y los Profetas" se podría traducir también por: "No crean que he venido a suprimir a los hombres. He venido no para deshacer, sino para llevar a la forma perfecta". Dios nos quiere santos, nos quiere verdaderamente santos. Dios quiere resucitarnos para la vida eterna, quiere arrancarnos de las garras del Maligno. Dios quiere hacer de nosotros otros Cristos Transfigurados, sin embargo, nosotros no respondemos al llamado.

¿Para qué has nacido?

Muchos no saben responder a esta cuestión, puesto que no han conocido al Amor. Pero el día que lo dejen actuar en sus vidas podrán darse cuenta de que el verdadero sentido de la vida está en ser SANTOS.

Nuestra vida tiene que ser un reflejo Eucarístico y Eariano. Debemos ser Eucaristías, entregados en todo momento a los demás y a Dios. Ser alimento para los demás, amar hasta que duela, hacer las cosas bien –como las haría Jesús y María-.

Nuestra vida debe ser mariana, tal como la vivió Nuestra Señora. ¿Te alcanzas a imaginar cómo era un día ordinario de la Virgencita? En todo momento haciendo la voluntad de Dios de una manera perfectísima. En cada instante teniendo un coloquio espiritual con el Creador, hasta el punto de haber llevado en su seno al que no pueden contener los cielos.

Ser grande en el Reino de los Cielos es ser Eucarísticos, Marianos y amantes de la Esposa de Cristo, la Iglesia.

Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.

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