30 marzo, 2010

Martes santo, 30 de Marzo de 2010. Juan 13, 21-33. 36-38

El evangelio de hoy comienza con una expresión muy humana de Jesús, el estar profundamente conmovido, y es hermoso ver como Juan estaba tan cerca, ¡estaba recostado en el mismo corazón de Dios!… cuando nosotros nos acercamos al corazón de alguien escuchamos su palpitar, que dicha para el discípulo amado el sentir el ritmo del corazón que no deja de palpitar por la humanidad, que se acerca a salvarnos aún respetando nuestra libertad, el corazón que lucha por darnos oportunidades de conversión, oportunidades de arrepentimiento, de contrición, de reflexión; estas oportunidades las tuvo Judas, quien escuchó las palabras de Jesús, quien en casa de Lázaro pudo conmoverse con el acto de amor de María, quien tuvo muchas advertencias de Jesús, sin embargo perseveró en la maldad; igualmente, tu y yo hemos dejado de velar y orar, y poco a poco repetimos actos, pensamientos, sentimientos, que se convierten en vicios y alejamos de nuestro lado a Jesús, incluso sin medir las consecuencias de la maldad, se desordena nuestra memoria, nuestro entendimiento y nuestra voluntad.

Los discípulos se conmovieron con la noticia de que uno de ellos era el traidor, entonces Juan entendió las señas de Pedro para ahondar en el corazón de Jesús y comprender quien lo iba entregar, quizás para ellos estar más dispuestos a perseverar, pero se cae en otro error, el creer que por las propias fuerzas lo lograremos, entonces terminamos fallando a Dios nuevamente, decidiendo conservar nuestra vida.

Hoy la Virgen entiende nuestras señas, Ella que no sólo está recostada en el corazón de su adorable Hijo, sino que su corazón forma uno solo con el de Jesús, nos enseña a discernir los signos de los tiempos y cuando nos arrojamos a sus brazos como niños, podemos reconocer nuestra debilidad, nuestra miseria y así, por su poderosa intercesión, ir poco a poco desprendiendo el egoísmo, los vicios, hasta lograr una verdadera intimidad y unidad en la Divina Voluntad, en el Amor, para decir con San Pablo: “ya no soy yo quien vive, sino Cristo quien vive en mi”. Amén

San José, patrono de la vida interior enséñanos a orar, a sufrir y a callar.

Jessica Restrepo

1 comentario:

Un fiel más dijo...

Excelente. Profundo y concreto.

Search