29 marzo, 2010

Lunes Santo, 29 de marzo de 2010. Jn 12, 1

La traición de Judas no fue algo momentáneo, no fue una debilidad humana en un momento de presión. Judas traicionó a Jesús porque ya lo había traicionado de mil formas desde el principio. La traición definitiva no fue más que la consumación de lo que había hecho durante mucho tiempo.

Vemos cómo seis días antes de la pascua Judas se indignó por ver cómo se derramó aquel costoso perfume en los pies de Jesús y bien lo dice el evangelio: «en realidad no le importaban los pobres, sino que era un ladrón, y como estaba encargado de la bolsa común, se llevaba lo que echaban en ella».

¿Cuáles son los pequeños robos que nosotros le hacemos a Jesús? Quizás no tenemos problemas con el dinero, pero de pronto le robamos el tiempo que se merece o quizás le robamos la gloria que le pertenece y nos quedamos con ella. Si no corregimos desde el comienzo estas pequeñas infidelidades terminaremos como aquel pobre hombre que traicionó a Jesús.

La fidelidad en lo pequeño, la fidelidad en lo mínimo, la fidelidad en lo despreciable es lo que hace verdaderos santos. Los santos no llegaron a su estado de perfección por grandes cosas, sino por miles de pequeñas cosas. Los grandes edificios no se construyen con placas gigantes sino con miles de ladrillos.

La santidad se construye ladrillo tras ladrillo.

Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.

Gabriel López

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