16 marzo, 2010

Lectio Divina. Martes 16 de marzo de 2010. Jn 5, 1-18

Jesús sintió mucha lástima por aquel hombre que estaba enfermo hace 38 años Le preguntó: ¿quieres sanar? El enfermo contestó: "no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se agita el agua, y mientras yo trato de ir, ya se ha metido otro". Aquel hombre tenía la firme intención de ser curado, llevaba mucho tiempo tratando de llegar a aquella piscina, pero no había podido.

Jesús curó a aquel hombre, pero lo hizo de una manera diferente. No lo arrojó a la piscina, no le impuso las manos, no expulsó demonios, es más, no le exigió ni siquiera un acto de fe. Simplemente le dijo: "levántate, toma tu camilla y anda". Aquel hombre quedó curado al instante y fue tanta su alegría que no se percató de quién lo había curado.

¿Cuántas veces somos iguales? Dios actúa en nuestra vida, Dios interviene directamente y nosotros ni siquiera nos percatamos de que allí estuvo el Señor. Dios no quiere campañas políticas ni proselitistas. Dios quiere cambio de vida, conversión, santidad: "ahora estás sano, pero no vuelvas a pecar, no sea que te sucedan cosas peores" ¿Qué cosas peores nos pueden ocurrir? Jesús habla acá de la condenación eterna, no sea que estando sanos en el cuerpo nos enfermemos del alma y todo sea peor.

María nos enseña a ser agradecidos con Dios. María fue preservada del pecado original en virtud del niño que iba a ser llevado en su vientre, fue elegida como Madre del Salvador y puente perfecto por el cual el Verbo encarnado llega a los hombres y los hombres llegan a Jesús, el hijo de Dios.

Toda la vida de María fue una profunda acción de gracias. Toda su vida fue un constante canto de alabanza al creador, toda su vida fue una alabanza al Creador.

Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.

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