15 abril, 2010

15 de Abril de 2010. Jn 3,31-36. (WT)


"El que viene de lo alto está por encima de todos."

¿Quién? Tú, dulce Jesús, tú. Estás por encima de todo y de todos, no sólo por derecho -como corresponde a quien es Dios- sino, también, por conquista -lograda en cruz teñida de sangre-. Si tan sólo contemplase y entendiese la profundidad de esta verdad dejaría de angustiarme cuando siento que el mundo quiere aplastarme, y escucharía dentro de mí otra de esas frases: "Ten confianza, Yo he vencido al mundo" (Jn 16,33). Estás por encima de todo.

"El que es de la tierra pertenece a la tierra y habla de la tierra."

¿Quién? Yo, mi Jesús, yo. Estoy tan asido a esta tierra que mis palabras sólo reflejan la abundancia de mi corazón (cf. Mt 12,34). ¿Cómo es que me he hecho habitante de esta tierra? ¿Cómo es que me he acostumbrado a este destierro? ¿En qué momento he olvidado mi patria, la Patria Eterna? ¡Oh criaturas insolentes que me roban a mi Dios! ¡Oh insolente de mí que me lo dejo robar! Si Sor Isabel de la Trinidad exclamaba: “he hallado mi cielo en la tierra, pues el cielo es Dios y Dios está en mi alma” yo en ocasiones podría clamar: “he perdido mi cielo en la tierra, pues el cielo es Dios y le he perdido de mi alma”. ¡No me dejes caer en la tentación de Israel! ¡No permitas que anhele las cebollas y ajos de Egipto (cf. Núm 11,5)! Que si es cierto que el camino del desierto apremia, lo es también que tu Maná nos alimenta y que cual shekinah se extiende el manto de tu Madre para que no nos tueste el sol.

Enséñame a recibir tu testimonio, a certificar que Dios es veraz. Dame tu Espíritu sin medida para obtener la vida eterna. Arranca de mi pecho la incredulidad y que no pese la ira de Dios sobre mis hombros. ¡Madre del Cielo! ¡Madre de Dios! ¡Esclava del Señor! ¡Ruega por mí! Amén.

Wilson Tamayo

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