Somos motivados en este evangelio a la humildad, pues Jesús es quien nos envía, Él que es perfecto, que es Dios, se atreve a lavarnos los pies, el lugar nuestro cuerpo que menos cuidamos y que es en ocasiones desagradable, pues seguramente el Señor los pies de los apóstoles no estaban recién bañaditos, sino que ya estaban oliendo bien maluquito, además que en esa época no había pedicure, entonces ¿que hemos de hacer nosotros?, si somos muchisísimo menos que Dios, si somos muchisísimo menos que la Virgen María y ellos han vivido en humildad, en consecuencia, sería casi inconcebible pensar en un cristiano que se queje ante las incomodidades, que niegue algún acto de servicio, que quiera ser servido; con razón hoy el Señor nos dice que no sólo debemos saberlo sino que hay que ponerlo en práctica, pues el que no sigue el ejemplo de la humildad, tarde o temprano será como Judas, enceguecido vende al Señor y no es capaz de pedir perdón.
Oh María, madre de la humildad, te imploro la gracia de poner en práctica esta virtud preciosa, base de las demás virtudes, pues a veces ni siquiera identifico mis actos de soberbia, o lo peor, a veces me acostumbro a saber que soy soberbia, ayúdame mamá, pues no quiero fallar mas a tu hijo, no quiero robarle más lo que le pertenece. Amén.
¡Tu eres, oh Cristo, mi humilde simplicidad! ¡Te amo!
Jessica Restrepo
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