Me parece recordar las palabras de Jesús en otro pasaje del evangelio: “tienen ojos y no ven”, en realidad es así, pero quizás lo más hermoso es ver como Dios va esclareciendo todo, va seduciendo al alma, nos conquista. Inicialmente camina a nuestro lado, se involucra en nuestras conversaciones, en nuestras preocupaciones e incertidumbres, posteriormente sacia nuestra sed de conocimiento, va despejando nuestras dudas y nos hace arder el corazón; si mi Señor, te has introducido en lo mas profundo de nuestras vidas, vas revelándote con astucia y estilo, hasta que llega el momento, en que podemos decir, que preferimos que nos falte el aire, pero nunca Tú, y así como los discípulos de Emús, te decimos: “Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída”, ya llega la noche, ya llega la aridez, llega la prueba, las dificultades de cada día, y aún sin reconocerte, podemos decir que tu compañía trae lucidez a nuestro entendimiento, ardor al corazón…
Efectivamente ahí no termina esta historia de tu amor, diariamente evidenciamos tu compañía en la mesa, en el Altar, en tu inmolación, en la repartición del Pan, muchas veces hemos estado débiles y Tú nos fortaleces, nos motivas a seguir, nos orientas en las decisiones que debemos tomar, —si estamos dispuestos— es imposible que salgamos igual del templo, de la capilla de adoración, es imposible que, aunque de noche, no compartamos nuestra experiencia a tu lado. Gracias Señor porque me amas y te humillas para estar cercano a mí, para hacer parte de mi, o mas bien, permitirme a mi ser parte de Ti.
Hostia silenciosa del sagrario, enséñame a callar.
Jessica Restrepo Sepúlveda
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