Los apóstoles sabían el sitio a donde iban, ellos se dirigían a Cafarnaúm, ¿hacia donde nos dirigimos nosotros? ¿Hacia la santidad? Si en realidad nuestro deseo es la Patria Celestial, es haber vivido en el Amor, entonces debemos embarcarnos y empezar a comprender lo que nos espera en este camino espiritual, no para alarmarnos, sino para prepararnos, para actuar con astucia, con la oración, abandonados en los brazos de la Virgen María y sobre todo, con la confianza en Dios; seguramente los discípulos se prepararon para navegar en la noche, sin embargo, hay situaciones muy confusas y difíciles, como cuando el viento sopla, cuando el lago se levanta, cuando el agua amenaza, igualmente nos sucede a nosotros, hay cosas que siempre se nos van a salir de las manos, siempre habrá tentaciones, es inevitable que hayan momentos de oscuridad, de aridez, y por mas que lo sepamos sólo podremos —con los sacramentos, con paciencia, oración, con la Virgen— seguir y perseverar hasta el final, recordando las palabras de Jesús: “Soy yo, no temáis”, un no temas para cada momento, para cada instante de turbación, para cada momento donde la luz se oculta, pero que solo por un instante, pues tenemos la certeza, que el Sol saldrá de lo alto, glorioso y victorioso.
¡Oh mi Señor! tu aliento nos reconforta y nos llena de paz, saber que —aunque nos pareciera que no nos alcanzas— en las dificultades, Tú siempre estas pendiente de nosotros, estas mirándonos, estas disponible, y sería hermosísimo, que por tu misericordia, pudieramos verte al final del camino, llegando a la meta para ver tu rostro ¡Qué alegría contemplarte!
Santa María, ruega por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte, para que no nos cansemos de remar, para que nuestra dicha sea ver a Dios, desde la pureza, que disipa las tinieblas; desde la humildad, que nos mueve a reconocer al Mesías vivo; desde el amor, que echa fuera el temor. ¡Aleluya!
Jessica Restrepo Sepúlveda
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