Jesús no vino a traer la paz AL MUNDO sino la espada. ¿Pero esto no es contradictorio con aquellas palabras que recordamos en la Eucaristía: «mi paz os dejo, mi paz os doy»? No, porque Jesús sí vino a traer la paz a los hombres, más no la vino a traer al mundo.
De esta manera podemos conciliar las dos expresiones de Jesús y podemos corroborar cómo se pueden aplicar en nuestras vidas. Aunque el joven tenga que enfrentarse a sus padres para poder seguir al Señor (no hay paz en su hogar) sí tendrá paz en el corazón («mi paz os dejo, mi paz os doy»).
La Señora Juana de Chantal se tuvo que enfrentar a sus hijos para poderse entregar completamente como esposa de Cristo. Francisco de Asís se enfrentó a su padre para poder entregarse a la Dama Pobreza, y así multitud de ejemplos.
Claro está que este antagonismo de paz interior y paz exterior no siempre se ve reflejada en el hogar (Jesús no pasó por eso) pero sí se ve reflejada en el mundo (hasta el mismo Jesús se vio inmerso en aquel ambiente hostil del mundo).
¿Qué debemos hacer? Seguir a Cristo, imitar a su Madre, alimentarse de los sacramentos, encontrar consuelo en los santos y llegar a la meta de la santidad.
Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.
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