19 julio, 2010

Lunes 19 de julio de 2010. Mt 12, 38

Pongámonos en el papel de los fariseos o los maestros de la Ley. Siempre estaban escuchando hablar de Jesús. Todo el mundo les hablaba bien de él, hacía milagros, resucitaba muertos, curaba leprosos y lisiados, etc. Jesús aparecía de la nada y empezaba a predicar el evangelio y toda la muchedumbre acudía a escuchar sus palabras. En otros términos, Jesús hacía todo lo que no podían o no lograban hacer los fariseos y los maestros de la ley.

Pobres hombres, se debían sentir de una manera tremendamente mal, no porque Cristo hiciera algo malo, sino porque su propia maldad los estaba humillando. Estos hombres sentían lo que hoy conocemos como «celos profesionales».

Esta es la razón por la cual aquellos hombres piden una señal para poder creer. La verdad es que ninguna señal les haría creer porque para el que no quiere creer no hay señal suficientemente clara. A estos hombres no les convenía creer, porque si fuera así, tendrían que reconocer que Jesús estaba haciendo lo que ellos deberían hacer. El problema era un problema de humildad: ¡Cristo no podía tener la razón!

¡Qué diferente es la visión del humilde! El humilde no sólo vive en la verdad sino que también ve la verdad de las cosas, como María.

Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.


 

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