15 abril, 2011

Conocer a Cristo

Jesús es la Palabra única, perfecta e insuperable del Padre, en Él Dios ha dicho todo y se nos ha revelado plenamente. A través de Jesús conocemos al Padre como Él mismo lo dice: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Jn 14,9)... Pero ahora, ¿cómo llegamos a conocer a Jesús?

Dice sabiamente San Jerónimo (a quien le debemos la traducción de nuestra Sagrada Biblia al latín) como lo reza la Iglesia en el Oficio de Lectura el día de este gran Doctor y como versa la cabecera de este blog:"Desconocer las escrituras es desconocer a Cristo", y esto tiene mucha lógica si nos detenemos un poco a analizar: las Sagradas Escrituras son Palabra de Dios escrita y Jesucristo es la Palabra de Dios encarnada, y ¿cómo podríamos llegar a conocer a Nuestro Señor sino por el testimonio mismo de los apóstoles y sus discípulos que se dieron a la tarea de dejarnos por escrito todas las vivencias y experiencias que Él tuvo? Incluso a través del estudio del Antiguo Testamento podemos llegar a conocer a Nuestro Señor porque desde la eternidad en el designio de Dios estaba que llegado el momento el Hijo se revelaría a los hombres anunciando la salvación, y esto convierte al Antiguo Testamento en la preparación de Dios Padre de su pueblo para la venida del Cristo (cf. DV 15)

Las Sagradas Escrituras son un medio fundamental para nuestra salvación, pero con la característica particular de que siempre deben ser leidas y estudiadas con la ayuda del Espíritu Santo y en obendiencia al Magisterio de la Iglesia, único intérprete auténtico de las mismas. En ellas podemos encontrar verdaderamente a nuestro Señor y más que hablarle, escucharle porque a El hablamos cuando oramos, y a El oímos cuando leemos las palabras divinas (cf. DV 25)

Amen, amen dico vobis: si quis sermonem meum servaverit mortem non videbit in aeternum" (En verdad, en verdad os digo: si alguno guarda mi Palabra no verá la muerte jamás) Jn 8,51

Hoy es el mismo Jesús quien nos resalta la importancia de acercarnos a Él a través de su Santa Palabra, hoy Él mismo nos hace la invitación de enamorarnos cada vez más de su Evangelio, de guardar su Palabra como Él guarda la de su Padre, y cuando esto nos pide es para que cada verso, cada letra de su Evangelio se grabe en nuestros corazones como llamas de amor que nos consuman de celo por predicarlo, por llenar de vida a nuestros hermanos que quizá vivan como los judíos, pensando que Dios es un Dios de muertos...

Que la Inmaculada Madre del Verbo Encarnado, a quien entregamos todo nuestro entendimiento, voluntad y memoria, sea la fiel tesorera de cada Palabra de su Hijo en nuestro corazón, y que nos regale la gracia de enamorarnos cada día de su Jesús.

AAD


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