26 junio, 2010

Evangelio según San Mateo 8, 5 - 17

“Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme” es así como nos expresamos antes de comulgar, cada vez que vamos a la Santa Misa a recibir su Cuerpo y Sangre… Señor, acaso es este miserable ser, digno de permitir que sea tu Sagrado Cuerpo y Preciosa Sangre quien habite en él? No, ciertamente que no soy digna de ser morada Tuya, pues cada vez que entras en mi es como poner un tesoro en un lugar degradante, allí donde no está adecuado el espacio para exhibirlo como se merece. Pero Tu, Jesús, que eres de corazón humilde y amoroso, vienes a mi, que soy nada, a entrar para dar brillo a mi casa, para conmoverme y hacer lo posible cada día para adecuar el espacio para que sea merecedora de recibirte, a Ti, que eres el mejor Tesoro que un alma pueda tener, que eres el Rey del universo y para el que todo debe ser perfecto. Reconozco Señor que no soy digna, que esta casa aún no está lista para recibirte, pero al tener tu Santa Presencia en mi comprendo que aceptas esto porque sabes que te necesito, que eres Tú quien adecuará este lugar en donde quieres morar por siempre, hasta lograr que no sea yo quien viva en mi, si no Tú, Dios y Rey del universo…

“…Mientras te pierdes en mis labios, tu gracia va inundando todo mi corazón por esa paz que me llena de alegría mi ser…”

Así como el centurión, quiero tener la fe necesaria para comprender que me sanarás de toda enfermedad física y espiritual, a tal punto que llegue a quedar totalmente limpia y apta para recibirte cada día; porque como decía el profeta Isaías: "Él quitó nuestras dolencias, y llevó sobre Sí nuestras flaquezas", esto para hacernos verdaderos hijos de Dios, esos que lo tienen todo y no les falta nada.

María, tu fe fue tan grande como el Hijo que mereciste llevar en tu seno, alcánzanos, Mamá, la gracia de poder tener una inmensa fe en tu hijo Jesús para conseguir de Él todo lo que en oración pidamos, no sólo para nosotros sino también para los demás, porque nuestra oración debe ser antes que por las propias necesidades, por las de los otros, pues así como Jesús sólo se ocupaba de los demás así también nosotros, Mamá quisiéramos estar al servicio del prójimo. Amén

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