Este pasaje me recuerda mucho la historia de una señora, por cierto, muy chismosa ella, que se mudó a una nueva casa y cada día se asomaba por la ventana a ver qué hacían los vecinos y cada vez que miraba se daba cuenta que la vecina cuando lavaba colgaba la ropa en el tendedero y parecía sucia, entonces ella muy aterrada llamaba al esposo y le mostraba lo mal que lavaba la señora y así por varias ocasiones criticaba lo mismo. De pronto un día se asomó y vio que la ropa ahora le quedaba limpia; llama al marido y le dice que por fin aprendió a lavar la vecina y el marido le responde: si mija, ahora ves limpia la ropa porque me levanté temprano a limpiar la ventana.
Eso es lo que pasa con nosotros los humanos, vemos el sucio que tienen los demás pero es precisamente porque no tenemos limpio nada en nosotros, es que nadie ve limpio a través de una ventana sucia… Jesús con estas fuertes palabras nos está invitando a que más que criticar el sucio que tiene nuestro hermano podamos antes limpiar el de nosotros, pues siempre estamos prestos a apuntar con un dedo al del frente sin darnos cuenta que quedan 4 más que nos señalan a nosotros mismos. Y son esos dedos restantes los que nos muestran que por cada defecto que vemos en el otro estamos exponiendo muchos más en nosotros; pues cuando alguien ve en los demás algo que no le gusta, está reflejando una característica propia que no ha podido corregir y por ello la expone en el otro.
María, (Tú que eres perfecta a los ojos de Dios) que ejemplo el que nos das cada día al venir a nosotros, que somos miserables llenos de defectos y a los cuales aceptas con amor y misericordia para ayudarnos a corregir cada imperfección antes de llegar a la Santa presencia de Jesús, enséñanos, Madre, a ver el interior de este cuerpo que cubre todo aquello que sólo Dios ve y que al final será lo que llegue al juicio para dar cuenta de lo limpios que mantuvimos nuestros vidrios para poder ver a los demás con ese amor y bondad necesaria. Amén
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