«Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal deja de ser sal, ¿cómo podrá ser salada de nuevo? Ya no sirve para nada, por lo que se tira afuera y es pisoteada por la gente.
Ustedes son la luz del mundo: ¿cómo se puede esconder una ciudad asentada sobre un monte? Nadie enciende una lámpara para taparla con un cajón; la ponen más bien sobre un candelero, y alumbra a todos los que están en la casa. Hagan, pues, que brille su luz ante los hombres; que vean estas buenas obras, y por ello den gloria al Padre de ustedes que está en los Cielos.».
Es más fácil ser alumbrados que alumbrar.
¿La sal puede perder su sabor? Pues en realidad no, porque su sabor lo da precisamente el hecho de ser sal, entonces ¿de qué habla el evangelio? Habla de que la sal deje de ser tal.
Si la sal pierde su sabor es porque deja de ser sal, pierde sus propiedades y se convierte en otra cosa, que no sirve más que para ser tirada. Ahora bien, nosotros somos la sal de mundo, no porque seamos buenos, sino porque Dios nos ha llamado a serlo. El problema está en que nosotros tendemos a escondernos y a acomodarnos. Es más fácil que Dios no nos escoja… es más cómodo ser alumbrados por otro que tener que consumir el propio aceite para alumbrar a los demás. Es más fácil no tener vocación (o creer no tenerla); es más fácil dedicarse a una vida tranquila en la que no tengamos que evangelizar a nadie más que por el simple testimonio. En definitiva es más fácil dejar de ser sal.
¿Qué quieres ser: sal-luz o no-sal-oscuridad? Entonces deja esos miedos y dedícate a orar porque lo que nos falta es oración… para poder ser sal.
María, te pido con el corazón que no permitas que el aceite de nuestras lámparas se acabe, no sea que quedemos a oscuras y perdamos la entrada al banquete con el novio, que no sabemos cuándo llegará.
Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.
Gabriel López
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