Las intenciones de nuestras acciones son la vida misma de ellas. La intención dictamina cuál es el motor de esa acción, si es Dios, uno mismo o el pecado. Será que si una acción tiene intenciones desviadas, egoístas, torcidas, ¿tendrá como fruto cosas torcidas? No necesariamente porque Dios puede valerse de cualquier cosa para mostrarnos su amor. Lo mismo sucedió con el pecado de Adán y Eva, aquella acción nos mereció a Jesús, «feliz culpa que nos mereció tal redentor».
¿Ahora bien, qué pasa con el mérito de nuestras acciones? Este mérito sí cambia según la intención. Puede que a los ojos de los hombres la acción haya dado «buen fruto», pero a los ojos de Dios y a los ojos de la vida eterna no tiene valor alguno. Entonces, ¿qué es más valioso: los frutos terrenos o los frutos eternos? Los eternos.
¡Si pensáramos siempre en la vida eterna, todo sería tan diferente! ¡si viviéramos como María, con los pies en la tierra y los ojos en el cielo todo sería tan distinto!
Madre santísima enséñanos a vivir siempre pensando en Dios, pensando en ti, pensando en la vida eterna. Enséñanos a mirar siempre con los ojos espirituales, enséñanos a ver almas…
Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.
Gabriel López
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