¿Por qué lloras? Fue la pregunta que los ángeles hicieron a María Magdalena. ¿Por qué lloras? le preguntaste nuevamente, mi Jesús. ¿Por qué lloras? Preguntas a la humanidad, a la Iglesia, a mi alma. ¡Qué no ves lo que está sucediendo! Respondemos con altanería y algo de desespero. ¡Mira Señor que el mundo languidece! ¿No ves a tu Iglesia desfigurada por nuestro pecado? ¿No oyes los escándalos que se levantan? ¡Los pocos que tienen fe la están perdiendo! ¿Por qué te quedas callado ante este acontecimiento?
Para más confusión de tu pueblo repites tu pregunta: “¿Por qué lloras?” ¡Oh Señor! ¡Cuán poco te entendemos! Y es que la pregunta no carece de sentido, no es una simple petición de las razones que nos agobian. ¡No! Es mucho más profundo que eso; nos estás exhortando con una sátira: ¿A caso hay razones para llorar? ¿No has entendido lo que ha sucedido? ¿Me he quedado en el sepulcro? ¿No ves que sigo vivo? ¿Hay algo más fuerte que el amor?
Mi dulce Jesús, no hemos entendido tu resurrección y aunque te proclamamos vencedor seguimos llorando tendiéndote como perdedor. Resucitaste Señor, y ante este acontecimiento nuestras lágrimas deben cesar pues la esperanza ya nunca se extinguirá: ¡El amor ha vencido! ¡El amor es más fuerte que la muerte!
Wilson Tamayo
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