Evangelio según San Juan 6,35-40.
Jesús les respondió: "Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed.
Pero ya les he dicho: ustedes me han visto y sin embargo no creen.
Todo lo que me da el Padre viene a mí, y al que venga a mí yo no lo rechazaré, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió.
La voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda nada de lo que él me dio, sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que el que ve al Hijo y cree en él, tenga Vida eterna y que yo lo resucite en el último día".
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Jesús es el pan de Vida. Este pan sacia el hambre y la sed espirituales y también las materiales. Quien ve a Cristo y cree en él tendrá Vida eterna y será resucitado. Pero también se da el caso de personas que ven a Cristo y no creen en él. Entonces la salvación no está en ver a Cristo sino en cree, incluso aunque no se vea.
Ahora bien, esto lo dijo Jesús en su tiempo, hace ya más de 2000 años. Pero la pregunta que surge es ¿cómo podemos verlo ahora? ¿Jesús no está presente de manera visible? Claro, la Eucaristía. Si este texto está hablando del pan de Vida, es decir de la Eucaristía, entonces el énfasis que hace Nuestro Señor sobre VER se refiere explícitamente a la Eucaristía. ¿por que sino, dónde más lo podemos ver?
"Quién me ve, en la Eucaristía, y cree en mí, tendrá Vida eterna y será resucitado el último día".
Jesús es el nuevo mana, bajado del cielo, que alimenta a los hombres, no desde el vientre sino desde el espíritu. El nuevo maná, al igual que el anterior, es el pan que contiene en sí todo deleite. Es el pan que todos los días alimenta al pueblo de Dios y cada uno puede tomar lo que puede comer. Este pan se renueva todos los días y lo encontramos como rocío en la mañana al frecuentar la Misa diaria, o en la noche al caer la tarde. Este pan da vida eterna y sacia toda la hambre espiritual. Este pan está presente en la Eucaristía, y es Dios mismo. El nuevo maná es Cristo Eucarístico, encerrado en el Sagrario por amor a nosotros, por amor a mí.
Este nuevo maná robustecerá nuestras almas y nos dará la vida eterna. Quien come de este manjar exquisito jamás tendrá hambre de nuevo. Pero a la vez tendrá más hambre de verdad, de Dios, de salvación. Hambre que se sacia pero que a la vez aumenta. Hambre que se aplaca porque se comprende que todos los manjares son basura a su lado. Hambre que se convierte en saciedad de las cosas de este mundo pero en un apetito voraz de Dios y en una sed insaciable de almas.
Cristo está en la Eucaristía, Cristo es la Eucaristía. Cristo se ve en la Eucaristía, si no es así entonces Cristo sería un mentiroso porque no lo podríamos ver y sólo se salvarían sus contemporáneos. Cristo se deja ver en el Tabernáculo silencioso y paciente. Cristo se deja ver en cada Santa Misa. Cristo se deja encontrar en cada adoración Eucarística. Cristo se deja comer en cada comunión y desde adentro nos cambia y nos transforma según su amor. Cristo se deja beber en cada Cáliz, y cuando el Sacerdote lo toma entre sus manos y lo lleva a su boca místicamente se está transportando al pie del calvario y se está acercando al aquel costado traspasado del cual brota el amor infinito de Dios y bebe, bebe y bebe copiosamente la Sangre de Nuestro Salvador. Y allí, en ese momento tan especial, se une de una manera mística con La Inmaculada y ambos beben de su costado abierto.
Bendita Eucaristía. Bendito Señor... adoro tu Cuerpo y tu Sangre que entregaste por amor. Dame a beber de tu amor, y seré cual manantial. Dame a beber de tu amor, con la Inmaculada. ¿Quién pudiera vivir en tu presencia, misericordiosísimo Corazón de Jesús y ser cual leño seco para arder en el horno de tu amor? ¿quién pudiera vivir siempre en tu presencia para estar en el Corazón de la Inmaculada? Dichosos los que viven por ti, mi Dios. Dichososo los que se consagran a la Madrecita Inmaculada. Dichosos los santos que te aman con todo el corazón.
Todo por la inmaculada
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