Miércoles, 18 de mayo de 2011. Jn 12, 44-50
El amor da libertad, y el Padre en su amor infinito nos envía al Hijo, para que vivamos en la luz, para que veamos y vivamos desde ya la eternidad. Quien ve a Jesús, ve al Padre, porque sus obras lo manifiestan, porque sus palabras tienen un contenido eterno, porque cada palabra tiene un sentido, tiene una profundidad, tiene todo el sentido verdadero de vida para el que fuimos creados.
Ahora bien, para recibir, vivir y trasmitir cada palabra que sale de los dulces labios de Cristo, tenemos que acudir a María, la Madre, que aun cuando Él era pequeño y balbuceaba, Ella le entendía, como lo hacen las madres que interpretan lo que quieren sus bebés; es María quien enseñó a hablar al Verbo, no porque Él no pudiera sino porque así lo dispuso Dios.
Todo lo que hace María es porque así lo dispuso Dios, en conformidad a los méritos de Cristo, ella hace la voluntad de Dios, el espíritu que la guió es el mismo Espíritu Santo; si nosotros somos consagrados a Ella, la meta es que digan de nosotros “quien te ve, ve a María” y en consecuencia, Ella que es la mujer humilde, desaparece y se ve con mayor claridad a Cristo, que es la Luz del mundo.
Mi Jesús queremos escucharte y vivirte a través de la Virgen María, sin Ella sería -para nosotros- imposible serte fiel y ver el carácter sobrenatural y espiritual de nuestra realidad.
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