Evangelio según San Juan 13,16-20.
Les aseguro que el servidor no es más grande que su señor, ni el enviado más grande que el que lo envía.
Ustedes serán felices si, sabiendo estas cosas, las practican.
No lo digo por todos ustedes; yo conozco a los que he elegido. Pero es necesario que se cumpla la Escritura que dice: El que comparte mi pan se volvió contra mí.
Les digo esto desde ahora, antes que suceda, para que cuando suceda, crean que Yo Soy.
Les aseguro que el que reciba al que yo envíe, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me envió".
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Jesús sigue hablando de una unidad mística entre el Padre y Él: "yo hago lo que he oído de mi Padre", "mi Padre y yo somos uno solo", "quien me ve a Mí ve al Padre", etc. Pero también habla de una unidad mística entre nosotros y Él. ¿Por qué Jesús enfatiza tanto en estas cuestiones? Porque el plan divino es precisamente eso, dignificar al hombre, hacerlo semejante a Dios por pura participación. Elevar al hombre al grado de perfección. Los Padres de la Iglesia hablan de que seremos dioses por participación divina.
Ahora bien, la Santísima Trinidad quiere que nosotros seamos perfectos y por eso nos ha dado un camino: Jesucristo. Por medio del Hijo, podemos llegar al Hijo, y al Padre en el E.S. Por medio del Hijo podremos vivir, incluso desde ya, inmersos en la Santísima Trinidad, y esto se llama Gracia Santificante: la inhabitación de la Santísima Trinidad en el alma.
Dios quiere hacernos perfectos, vivir en nosotros y purificar nuestro corazón desde adentro. Dios no quiere ser un factor externo en nuestra vida, Dios no quiere "lavarnos sin tocarnos", Dios quiere trasformarnos desde el interior haciéndose parte de nosotros y viviendo en nuestra alma por medio de la Gracia Santificante. Dios quiere arreglar el problema del hombre desde adentro, dejándose comer y trasformando nuestro corazón. A Dios le gusta "ponerse las botas" y empantanarse por nosotros (se hizo hombre y igual en todo menos en el pecado).
La perfecta alegría, felicidad, dicha y gozo está en el entusiasmo. Esta palabra, de origen griego, etimológicamente significa CON DIOS EN LA SANGRE. La plenitud del hombre está en la vivencia de la caridad en grado heroico según el corazón de Jesús. Pero, para ello debe hacerse otro Cristo.
¿Cómo nos hacemos otros Cristos? Pues fácil: siendo hijos de María. Eso es lo primero. Para ser como el hijo primero hay que tener a la Madre. Pero no sólo eso, también debemos hacernos como el E.S. es decir, esposos de María. ¿Por qué ver a María sólo como Madre si también la podemos tener como esposa? ¿Cuántas gracias serán depositadas en los corazones de aquellos que miren a la Inmaculada como esposa?
Pero esto no basta. También debemos amar a María como hija. ¿Qué tal contemplar a la pequeña María, la niña María? ¿Acaso no es una figura demasiado tierna que aumenta nuestra devoción y piedad? ¿Quién te pudiera tener por hija, Virgencita Castísima? Dichosos los que te llevan en sus brazos y contemplan tu candor celestial.
¿Y será que Dios se va a poner celoso por ver a la Inmaculada como Madre, como Esposa y como Hija? Claro que no, antes todo lo contrario, si Dios quiere que lo amemos y nos asemejemos a Él en todo, entonces desea que amemos a la Inmaculada como Él la ama.
Todo por mi Hija, la niña María. Todo por mi Esposa, la casta María. Todo por mi Madre, la Inmaculada y nada sin Ella.
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