24 noviembre, 2010

Evangelio según San Lucas 21,12-19.

Pero antes de todo eso, los detendrán, los perseguirán, los entregarán a las sinagogas y serán encarcelados; los llevarán ante reyes y gobernadores a causa de mi Nombre,
y esto les sucederá para que puedan dar testimonio de mí.
Tengan bien presente que no deberán preparar su defensa,
porque yo mismo les daré una elocuencia y una sabiduría que ninguno de sus adversarios podrá resistir ni contradecir.
Serán entregados hasta por sus propios padres y hermanos, por sus parientes y amigos; y a muchos de ustedes los matarán.
Serán odiados por todos a causa de mi Nombre.
Pero ni siquiera un cabello se les caerá de la cabeza.
Gracias a la constancia salvarán sus vidas.

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La cruz del cristiano siempre será su cruz. «Serán odiados por todos a causa de mi nombre» El nombre de Jesús causa llagas en los corazones duros. El nombre de Cristo causa repulsión en los corazones arrogantes y llenos de sí mismos. Al nombre de Jesús toda rodilla se dobla y eso causa una gran humillación para los soberbios.

¿Qué hacer? Primero que todo, saber que el destino de los cristianos es imitar a su maestro en las humillaciones. El destino de los que siguen a Cristo es configurarse con él en la cruz y en los padecimientos. El destino de los cristianos es ser crucificados por el mundo, pero no en un sacrificio inútil, sino en una entrega por amor. El cristiano transforma el sufrimiento en sacrificio y adquiere así un valor redentor.

María vivió a plenitud la cruz. María, la primera cristiana, imitó a su hijo en todo, lo acompañó en los dolores y lo imitó en el sacrificio. Si el Señor no preservó a su Madre de los dolores y sufrimientos, ¿qué nos espera a nosotros? Entre más queramos estar con el Señor, entre más queramos amarlo, más tendremos que imitarlo, como María, en el sacrificio.

Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.

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