Todos los santos han sido mártires. Algunos dieron su sangre por Cristo en la muerte, pero todos sin excepción murieron a sí mismos hasta entregar su voluntad a Cristo. Tanto los unos como los otros se entregaron con toda su alma al Señor.
Nosotros estamos llamados a ser mártires de la voluntad, a entregar nuestro querer por amor a Cristo. A santificarnos en lo pequeño, a entregar cada día lo más pequeño en alabanza del Creador, a ser como Santa Teresita o como San José María Escrivá: “Allí donde están vuestras aspiraciones, vuestro trabajo, vuestro amores, allí está el sitio de vuestro encuentro cotidiano con Cristo. Es, en medio de las cosas más materiales de la tierra, donde debemos santificarnos, sirviendo a Dios y a todos los hombres…”.
María es la reina de los mártires, no solo porque es la reina de la creación y de todos los hombres, sino porque ella es el modelo perfecto. Todo comenzó cuando murió a sí misma, de una manera definitiva, por medio de su sí. A lo largo de su vida no hizo otra cosa más que renunciar a su voluntad para hacer la de Dios. Cada momento de su vida fue un ofrecimiento completo en el amor de Dios. Cada respiro de María fue un “hágase en mí según tu palabra”.
Madre Inmaculada, ¿quién pudiera ser como tú? Danos tu corazón para amar un poquito más a Jesús. Aumenta tu amor y no podremos resistirnos al amor de tu Hijo.
Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.
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