Dice San Agustín, sermones, 82,1,4. El Señor nos advierte que no debemos despreciar nuestros pecados, ni buscar lo que debemos reprender, sino ver lo que debemos corregir. Debemos corregir con amor, no con deseo de hacer daño, sino con intención de corregir; si no lo hacéis así, os hacéis peores que el que peca. Este comete una injuria y cometiéndola se hiere a sí mismo con una herida profunda. Despreciáis vosotros la herida de vuestro hermano, pues vuestro silencio es peor que su ultraje.
Hay dos tipos de corrección. Una que es movida por un “me fastidia lo que el otro hace”, y otra movida por un “si sigue así se va a condenar”. ¿Cuál de las dos es la que me mueve a mí a hablar con los compañeros?
Perdóname Señor por moverme más por la primera que por la segunda. Esto demuestra qué tan poco amo a mis hermanos. María jamás se habría atrevido a reprocharle algo a alguien sólo por el hecho de que le incomodara, sino que todo fue movido por una auténtica caridad.
Gracias Señor por mostrarme cuán poco amo.
Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.
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