03 diciembre, 2010

Viernes, 03 de diciembre de 2010. Mt 9, 27-31

Los ciegos seguían a Jesús hasta la casa, persistieron en el camino, le escuchaban, por lo que oían aumentaban su fe y lograban implorar misericordia, su palabra les cautivó el corazón.

El Señor les pide profesar su fe después de tan largo camino, después de haberle seguido, ¿acaso no es suficiente su actitud? No, pues de la abundancia del corazón habla la boca, pues debe haber coherencia en lo que se hace y se dice, debe haber dado fruto la semilla que había sido sembrada durante todo el camino.

Ahora mi Señor quiero ser como María, atenta a ti, que en este adviento pueda recogerme en el corazón de mi madre para seguirte, para escucharte, y aunque todavía no vea porque estoy en su vientre, si pueda escucharte, si pueda nacer de ella, que con su fe y humildad pueda creer, perseverar, hablarte y orar.

San Gregorio Magno, Moralia, 19. Debemos preguntar aquí: ¿en qué consiste que el mismo Omnipotente (para quien son una misma cosa el querer y el poder), manda que no se publiquen sus milagros y, sin embargo, son publicados como a pesar suyo, por los mismos que recibieron la luz? Da en esto un ejemplo a los discípulos, que quieren seguir sus huellas, para que oculten ellos sus propias virtudes y dejen, a pesar suyo, a los demás el que las divulguen, a fin de que se aprovechen todos de tan buenas obras. Ocúltelas, pues, el deseo y publíquelas la necesidad: sirva la ocultación para la propia salvación y su publicación para utilidad ajena.

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