03 agosto, 2010

Martes 3 de agosto de 2010. Mt 14, 22-36.

20071206092415-inmaculada-1- Después de la multiplicación de los panes, de despachar a la multitud y de obligar a sus discípulos a embarcarse, Jesús se quedó solo. Jesús no se quedó con las ganas de orar en silencio y en soledad. Es importante recordar que antes de la multiplicación Jesús había salido con sus discípulos a orar en un lugar apartado, pero al ver a la gente sintió compasión de ellos y les predicó.

Sin embargo la necesidad de la oración seguía ahí. Alguien podría decir: “yo oro trabajando, no tengo tiempo para orar porque el trabajo me demanda mucho tiempo”. Lo mismo le pasó a Jesús y al final de la jornada se dedicó a orar. Era como si la oración lo atrajera tanto que le era imposible dejarla.

La oración de Jesús en soledad ¿cómo sería? ¿qué haría Jesús allí? De seguro era la forma como oraba María, porque Ella le enseño a orar a Jesús. ¡La oración tiene que ser una necesidad aplastante! La oración no nos puede faltar en ningún momento, incluso cuando no tenemos tiempo para nada. Es necesario violentarnos y sacar el tiempo para la oración.

Señor, si estoy más cerca de María entonces estoy más cerca de ti. Si María inunda todos los actos de mi jornada entonces mi vida estará completamente unida a tu irresistible corazón. Señor, si me hacer más devoto de la Inmaculada podré vivir inmerso en tus divinas llagas. En fin, Señor, enséñame a hacerlo todo por la Inmaculada y que nada sea hecho sin Ella.

Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.

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