20 enero, 2011

Jueves 20 de enero de 2011.

Evangelio según San Marcos 3,7-12.
Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del mar, y lo siguió mucha gente de Galilea.
Al enterarse de lo que hacía, también fue a su encuentro una gran multitud de Judea, de Jerusalén, de Idumea, de la Transjordania y de la región de Tiro y Sidón.
Entonces mandó a sus discípulos que le prepararan una barca, para que la muchedumbre no lo apretujara.
Porque, como curaba a muchos, todos los que padecían algún mal se arrojaban sobre él para tocarlo.
Y los espíritus impuros, apenas lo veían, se tiraban a sus pies, gritando: "¡Tú eres el Hijo de Dios!".
Pero Jesús les ordenaba terminantemente que no lo pusieran de manifiesto.

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Seguir a Jesús es algo más que buscar la sanación física o la liberación demoniaca. ¿Cuántas personas curó y liberó Jesús? Seguramente que muchísimas, sin embargo ¿cuántos fueron sus seguidores? Muy pocos.

Pobre Jesús, ¿cuánto habrá sufrido su corazón al ver esa multitud que lo acompañaba para que le hiciera milagros y que después no lo seguiría? Y saber que no hemos cambiado mucho… seguimos a Nuestro Señor para que nos ayude y luego… ni siquiera le agradecemos.

Pobres de nosotros que estamos tan ciegos y apartados de la verdad. Pobres de nosotros que estamos quedándonos con las minucias y estamos despreciando al mismo Dios que se hizo hombre por nosotros. Pobres de nosotros que vivimos engañados por nuestras pasiones.

Madre Inmaculada, acércanos a Jesús. Envuélvenos en tu manto sagrado y líbranos de las acechanzas del mundo, del demonio y de la carne. Madrecita, quiero seguir al Señor verdaderamente, no permitas que me aparte de Él, ni que lo busque sólo por momentos. Enséñame a desgastarme por mi Jesús.

Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.

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