21 octubre, 2010

Jueves 21 de octubre de 2010. Lc 12, 49-53

Coraz%C3%B3n%20de%20Jes%C3%BAs[1] «Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!» ¿Cómo no iba a desear que ese fuego ardiera? al ver a la humanidad sin la gracia santificante se encontraba con cadáveres espirituales. La agonía de Jesús era ver a la humanidad dominada por el pecado.

La obediencia de Cristo en la cruz nos trajo la redención y la salvación. De la misma manera la obediencia de nosotros a Cristo nos traerá la salvación, pero obedecer a Cristo es desobedecer a los que no quieren a Cristo y eso genera división. Seguir a Dios es dejar de seguir a los que no lo siguen a Él, incluso si esos que no lo siguen son nuestros padres o nuestros hermanos.

Primero está el Reino de Dios y después lo demás. Primero hay que seguir a Cristo sin importar qué haya que hacer para lograrlo (excepto algo pecaminoso). María, por ejemplo, dejó a un lado absolutamente todo para seguir a Dios. María renunció a su condición de soltera, renunció a sus sueños, renunció a su buen nombre, renunció a su voluntad, renunció a su familia.

Y yo, ¿a qué he renunciado por amor a Cristo?

Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.

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