27 octubre, 2010

Miércoles 27 de octubre de 2010.

Evangelio según San Lucas 13,22-30.

Jesús iba enseñando por las ciudades y pueblos, mientras se dirigía a Jerusalén.

Una persona le preguntó: "Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?". El respondió:

"Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán. En cuanto el dueño de casa se levante y cierre la puerta, ustedes, desde afuera, se pondrán a golpear la puerta, diciendo: 'Señor, ábrenos'. Y él les responderá: 'No sé de dónde son ustedes'.

Entonces comenzarán a decir: 'Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas'. Pero él les dirá: 'No sé de dónde son ustedes; ¡apártense de mí todos los que hacen el mal!'. Allí habrá llantos y rechinar de dientes, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes sean arrojados afuera.

Y vendrán muchos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, a ocupar su lugar en el banquete del Reino de Dios. Hay algunos que son los últimos y serán los primeros, y hay otros que son los primeros y serán los últimos".

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¿Cómo es posible que alguien después de leer este texto se atreva a negar la existencia del cielo y del infierno? Más claro no puede estar. La condenación y la salvación son realidades fundamentales en la vida de un cristiano. Algunos argumentan constantemente que no podemos hablar de la condenación sino del amor de Dios, que no podemos hablar de la justicia divina sino de la misericordia, que no podemos hablar del infierno sino del cielo…

Sin embargo, para entender la misericordia de Dios tenemos que entender que también es justo. Para comprender la gloria eterna tenemos que comprender que también existe la condenación eterna.

Señor, anchos son las sendas que llevan a la perdición. Nuestro camino está lleno de desvíos y de trampas, y son muchos los que nos quieren desviar, ¿cómo hacer para no errar?

La misericordia de Dios es tan grande que incluso nos revela con detalles las verdades de la vida eterna. El amor del corazón de Cristo es tan inmenso que tenemos la oportunidad de escuchar las mismas palabras de Cristo y tener la certeza que no nos da la Iglesia de estarlo obedeciendo a Él.

La misericordia del corazón de Jesús es tan grande que nos regaló a su Madre bendita para que nos guardara durante toda la eternidad.

Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.

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