14 abril, 2010

San Juan 3,16-21 “El que obra la verdad, va a la luz”

En este Evangelio se hace alusión a muchos opuestos como: salvación y condenación; luz y oscuridad; obras buenas y obras malas; amor y desamor.

Y de esta misma forma, opuesta, fueron mis sentimientos al leerlo, pues sentí una gran alegría pero también una gran tristeza cuando vi el inmenso amor que Dios tiene por nosotros. Y es que tan grande es ése amor, que Él, al vernos sumidos en tan grandes pecados, en la perdición, entregó a su Hijo único para que nosotros pudiéramos ser redimidos, salvos y tener vida eterna.

Dios nos envió a su Hijo para que nos diera ejemplo, para que nos iluminara el camino de regreso hacia Él; pero nosotros, con nuestra voluntad viciada, hemos optado por vivir alejados de Dios, en las tinieblas. Es por esto que ésa luz que es Cristo, muchas veces la aborrecemos, pues lastima los ojos de nuestra alma, ojos que debido a tanto pecado están acostumbrados a ver pero en la oscuridad.

Como dice en el Evangelio, si queremos salvarnos debemos creer en el Hijo único de Dios, seguir sus enseñanzas, obrar como Él obró y recorrer el camino que Él ha iluminado para nosotros, el camino del AMOR.


¡Cuánto me duele Señor el que me recuerdes tu infinito amor por mí, sabiendo que yo te amo tan poco y que los ojos de mi alma aún se lastiman con tu resplandor!

¡Oh Madre mía!, te ruego que cada día incrementes el amor de mi corazón para que así mis obras siempre sean hechas en Dios, en la Verdad y en el Amor y, de ésta manera, se cumplan en mí aquellas palabras del Evangelio: “el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios”.

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