21 abril, 2010

Miércoles 21 de abril de 2010. Jn 6, 35-40 (GL)

«Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti Dios mío. Mi alma tiene sed de Ti, del Dios vivo, ¿cuándo entraré a ver el rostro del Señor?» ¿Cómo es posible que el que vaya hacia Jesús nunca más tenga sed? Pues aquel que cree en Jesús nunca más tendrá sed, no porque beber de él sea suficiente para calmar la sed natural de una manera definitiva, sino porque Él es la fuente de agua viva que nunca se agota.

Quien cree en Jesús jamás tendrá sed y hambre porque el Señor lo saciará, pero cada vez tendrá más hambre y sed de Él. Entre más se ama más se quiere amar. Entre más se acerca uno a Dios, más se quiere unir uno con Él. Jamás habrá sed porque la fuente es inagotable.

Con la sed física y con el agua natural pasa lo contrario: cuando se tiene sed se bebe agua y la sed se acaba y el agua ya no se quiere beber, pero la sed volverá. En cambio, con Jesús, entre más se bebe más sed de Él se tiene, pero cada vez se tiene menos sed de todo lo demás.

«Oh torrente del amor divino, que brotas del costado del Cordero. Oh fuente de vida, sumergirme en ti yo quiero». ¡Quién fuera María para estar bajo tus pies en la cruz y recibir toda tu sangre preciosísima! ¡Quién fuera Longinus para recibir el torrente de tus amores! ¡Quién fuera Tomás, no para meter mi mano en tu costado abierto, sino para poner mis labios en aquella herida redentora!

Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.

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