11 abril, 2010

Gracias Tomás por dudar


Domingo 11 de abril de 2010. Jn 20, 19-31

A lo largo de la historia se ha visto a Tomás, el apóstol, como un verdadero incrédulo ¿Tenía razones suficientes para dudar? ¿o, por el contrario exageró en su duda? ¿Qué hubieras hecho tú si hubieras estado en su lugar?

El apóstol Tomás se excedió en su incredulidad, hasta el punto de convertirse en escepticismo. Consideremos varias cosas.

Primero: el testimonio que Tomás recibió no fue sólo el de las mujeres o el de uno o dos discípulos, sino el testimonio de once que afirmaron que lo habían visto y comido con él.

Segundo: Jesús les había hablado de la resurrección.

Tercero: Las escrituras hablaban de la resurrección.

Cuarto: había visto la resurrección de Lázaro y de la hija de Jairo (y seguramente muchas otras).


Jesús, no estando presente en cuerpo, conoció PERFECTAMENTE lo referente a Tomás. Ocho días después se aparece, nuevamente, en medio de ellos y después de darles la paz se dirige hacia Tomás y le dice: «Pon aquí tu dedo y mira mis manos; extiende tu mano y métela en mi costado. Deja de negar y cree.». ¿Qué pasó con el apóstol? Creyó.


Podemos decir que la segunda aparición de Jesús es sólo para mostrar su resurrección a Tomás. Nuevamente digo con San Gregorio: feliz duda que nos mereció tal certeza. Gracias Tomás por dudar, porque si no hubiera sido así tendríamos menos elementos para creer en la resurrección de Nuestro Señor.


¿Pero qué pasó con Tomás? ¿Metió sus dedos en las llagas de las manos y su mano en el costado de Cristo? Sí. No fue necesario que lo hiciera físicamente porque ya lo había hecho espiritualmente. La falta de fe de Tomás penetró las heridas de Cristo, por lo que su aparición no fue sólo para confirmarle su resurrección, sino también para recordarle que esas heridas estarían abiertas para siempre.


Gracias Señor porque saliste al rescate de una sola alma, la de Tomás. Te apareciste nuevamente sólo para disipar la duda de un hombre. Que grande eres Señor. Qué miserables somos nosotros. Gracias por escucharnos en todo momento y conocer lo que hay en nuestro corazón.


Anexo el extracto de una extraordinaria homilía de San Juan Crisóstomo sobre este pasaje bíblico.

Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.

Gabriel López



San Juan Crisóstomo. Homilía LXXXVII sobre el evangelio de Juan.


Pero Tomás, uno de los doce, el apellidado Dídimo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Dijéronle, pues, los otros discípulos: Hemos visto al Señor. Mas él dijo: Si no viere no creeré, etc. (+Jn 20,24-25).


Así COMO el creer con simplicidad y sin motivo es propio de la ligereza, así el andar investigando y examinando con exceso es propio de una cabeza muy dura. Y de esto se acusa a Tomás. Pues como los apóstoles le dijeran: Hemos visto al Señor, él no les creyó. No únicamente a ellos no les dio fe, sino que pensó ser la resurrección de los muertos cosa imposible. Porque no dijo: Yo no os creo, sino: Si no meto mi mano no creo.


¿Cómo es que estando ya todos juntos sólo él estaba ausente? Es verosímil que aún no regresara de la dispersión precedente. Pero tú cuando ves al discípulo que no cree, fíjate en la clemencia del Señor, y cómo por sola una alma manifiesta las llagas que recibió; y acude a la salvación de sola ella, aun teniendo Tomás un ánimo más cerrado que otros. Y esta fue la causa de que buscara la fe por el testimonio del más craso de ¡os sentidos y ni a sus ojos diera su asentimiento. Porque no dijo únicamente si no veo, sino además: Si no palpo, si no toco; temiendo que lo que viera se redujera a simple fantasía.


Los discípulos que le anunciaban la resurrección y también el Señor que había prometido resucitar eran fidedignos. Y sin embargo, aun habiendo él exigido muchas más pruebas, Cristo no se las negó. Mas ¿por qué no se le apareció inmediatamente, sino hasta ocho días después? Para que instruido y enseñado por los otros discípulos, cobrara mayor anhelo y quedara para lo futuro más confirmado. ¿Cómo supo que a Cristo le había sido abierto el costado? Lo oyó de los otros discípulos. Entonces ¿por qué una cosa sí la creyó y otra no? Porque lo segundo sobre todo era admirable. Advierte además con cuánto amor a la verdad hablan los apóstoles y no ocultan sus propios defectos ni los ajenos, sino que escriben sumamente apegados a lo que era verdad.


Se presenta de nuevo Jesús y no espera a que Tomás le niegue ni a oír lo que quería decirle; sino que cuando Tomás aún nada decía se le adelanta y le llena sus anhelos, dándole a entender que estaba presente cuando Tomás decía lo que les dijo a los discípulos; puesto que usó de sus mismas palabras y con vehemencia lo increpa y lo instruye para adelante. Pues habiéndole dicho: Trae acá tu dedo y mira mis manos; y mete tu mano en mi costado, añadió: Y no seas incrédulo sino fiel. ¿Adviertes cómo Tomás dudaba por falta de fe? Pero esto sucedió antes de que recibieran el Espíritu Santo. Después de recibido ya no procedieron así, pues habían llegado a la perfección.


Y no lo increpó únicamente de esa manera, sino también en lo que luego añadió. Como el apóstol, una vez certificado del hecho, se arrepintiera y exclamara: ¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo: Porque me viste has creído. Bienaventurados los que no vieron y creyeron. Esto es lo propio de la fe: dar su asentimiento a lo que no se ha visto. Es pues fe la seguridad de las cosas que se esperan, la demostración de las que no se venl De modo que por aquí llama bienaventurados no sólo a los discípulos, sino además a los que luego habían de creer.


Dirás que los discípulos vieron y creyeron. Pero ellos no anduvieron en esas inquisiciones, sino que por aquello de los lienzos al punto creyeron en la resurrección y antes de ver el cuerpo resucitado tuvieron fe plena. De modo que si alguno llegara a decir: Yo hubiera querido vivir en aquel tiempo y ver a Cristo haciendo milagros, ese tal que reflexione en aquellas palabras: Bienaventurados los que no vieron y creyeron. Lo que sí tenemos que investigar es cómo un cuerpo incorruptible conservó las cicatrices de los clavos y pudo ser palpado por manos mortales.


Pero no te burles. Fue cosa propia de Cristo, que así se abajaba. Su cuerpo tan tenue, tan leve que entró en el cenáculo estando cerradas las puertas, ciertamente carecía de espesor; pero con el objeto de que se le diera fe a la resurrección, se mostró tangible. Y para que conocieran que era el mismo que había sido crucificado y que no resucitaba otro en su lugar, resucitó con las señales de la cruz; y por eso mismo comía con los discípulos. Y esto sobre todo exaltaban en su predicación los apóstoles, diciendo: Nosotros, los que con El comimos y bebimos? Así como antes de la crucifixión lo vemos andando sobre las olas y sin embargo no afirmamos que su cuerpo sea de naturaleza distinta de la nuestra, así cuando después de la resurrección lo vemos con las cicatrices, no por eso decimos que su cuerpo sea corruptible. El se muestra en esa forma por el bien de los discípulos.

1 comentario:

Esteban Sánchez dijo...

Muy linda la meditación, pero hablando desde mi pereza, esta un poco larga la lectura.

Bendiciones.

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