07 abril, 2010

Miércoles 7 de abril de 2010. Lc 24, 13-35.

«¡Qué poco entienden ustedes, y qué lentos son sus corazones para creer todo lo que anunciaron los profetas!». ¡Dios se nos ha revelado! ¡Dios es «Dios-con-nosotros» hasta el punto de ser «uno de nosotros». Sin embargo, ahí está el hombre para echarlo todo a perder.

¡Qué lentos somos para comprender los designios divinos! Desciframos el código genético, reproducimos un Big Bang a escala miniatura, escudriñamos las estrellas y lo profundo de los océanos. Viajamos hasta la luna y conocemos la composición del Sol. Pero… no somos capaces de entender las Escrituras y el porqué estamos acá.

Buscamos a Dios en todas partes o lo negamos o lo volvemos una simple invención de la mente —«debido a los deseos sexuales reprimidos» (según dice un reprimido sexual)—; sin embargo, no lo encontramos. Hay quienes se decidieron por no buscarlo más porque argumentan que no lo pueden conocer (agnósticos); otros decidieron pensar que no existe (ateos); algunos otros optaron por no darle importancia (indiferentes). Unos cuantos desean encontrar a ese «milagrero» y otra porción, busca a un Cristo salvador de las represiones humanas. Al fin de cuentas, ninguno lo va a encontrar —aunque sea doctor(cito) en Sagradas Escrituras—, porque a Cristo se le encuentra… al partir el Pan; es decir en la Eucaristía.

Cristo está en la Eucaristía, y allí se le encuentra. No hay otro lugar… sólo en la Eucaristía tenemos la posibilidad de reconocerlo y verlo tal cual es. Es más, por más que se escudriñen las Sagradas Escrituras, el corazón arderá… pero no se le reconocerá tal cual es.

¿Quieres a Cristo? Búscalo en la Eucaristía. ¿Acudes a la adoración del Santísimo y no lo vez? Entonces ponte los lentes especiales: ¡María! Con María la Eucaristía se ve más nítida. Con María se comprende el misterio Eucarístico de una manera especial. Con María se pueden hallar los misterios divinos ocultos tras las apariencias de pan y de vino. Con María se comprende el misterio divino de tan augusto Sacramento: «Pange lingua, Gloriosi corporis mysterium. Sanguinisque pretiosi, quem in mundi pretium. Fructus ventris generosi. Rex effudit Gentium.» (S. Tomás de Aquino).

Posdata: ¡Doce kilómetros! Eso es mucho para andarlo a pie (de dos a tres horas caminando).

Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.

¡Ah sí!, los comentarios:

Beda. Esta es Nicópolis (Emaús), ciudad distinguida de la Palestina que después de la guerra de la Judea fue restaurada por el príncipe Marco Aurelio Antonino, habiéndole cambiado la forma y el nombre. Un estadio -como dicen los griegos-, es un espacio de camino determinado1, como había dispuesto Hércules, y es la octava parte de una milla, por lo tanto, sesenta estadios representan un espacio de siete mil cincuenta pasos ,esto es siete millas y media. Este fue el espacio de camino que recorrieron aquellos que, estando seguros de la muerte y sepultura del Salvador, aún dudaban acerca de su resurrección. Porque nadie dudará que la resurrección -que se verificó después del séptimo día llamado sábado- está representada en el número ocho. Los discípulos que marchaban hablando del Señor habían completado seis millas del camino emprendido, porque se dolían de que El, habiendo vivido sin ofensa, hubiera llegado a la muerte que sufrió en el sexto día de la semana. Habían completado también la séptima milla porque no dudaban que hubiese descansado en el sepulcro. Pero no habían recorrido más que la mitad de la octava milla, porque no creían de un modo perfecto en la gloria de la resurrección que ya se había verificado.

¿Quién es Beda?: Beda el Venerable (c. 673-735), monje benedictino, erudito y santo inglés, conocido principalmente por su Historia ecclesiastica gentis anglorum (Historia eclesiástica del pueblo inglés), una historia de Inglaterra desde la ocupación romana hasta el 731, año en el que fue terminada la obra (Encarta).
San Gregorio in Evang. hom. 23. No se les manifiesta de modo que puedan conocerle y en ello obra con suma prudencia, haciéndolo así respecto de los ojos del cuerpo, a la vez que les abría los ojos interiores del corazón, a pesar de que ellos le amaban interiormente, pero dudaban. Presentándose entre ellos les dio a conocer que hablaban de El mismo pero como aún dudaban sobre si conocerle, les ocultó su aspecto. Pero les dirigió palabras interesantes, porque sigue: "Y les dijo: ¿Qué pláticas son ésas que tratáis?".

¡A Cristo se le reconoce en la Eucaristía!

Gabriel López

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