22 junio, 2010

Martes 22 de junio de 2010. Mt 7, 6. 12-14 GL

Jesús está predicando y hace esta profunda advertencia acerca de las cosas santas, los perros y los cerdos. ¿Qué son las cosas santas? Me imagino que son las cosas que hacen referencia a Dios, a su gracia y a sus misterios. ¿Qué pasaría si yo diera la comunión a los perros o a los cerdos? En el caso de los perros, seguro que la despreciarían e incluso nos podrían morder; los cerdos la comerían pero con sus inmundicias lo ensuciarían todo. Exactamente sucede con todo lo que es santo. Entonces, no se pueden dar las cosas santas a los perros o a los cerdos.

Ahora bien, ¿no podemos anunciar los misterios y las verdades de nuestra fe a aquellos que de seguro los despreciarán? Obvio que no, pero ¿cómo sabemos que lo despreciarán? Para eso primero hay que anunciarles la palabra, y en caso de que estén pisoteando las perlas santas hay que orar por ellos y evitar que sigan enfangando con su podredumbre lo que es de Dios.

Pongo un ejemplo: llevamos a un hombre –medio «perro» y medio «cerdo»– a una capilla para que conozca a Jesús Sacramentado y de repente empieza a blasfemar y a escupirle a la Santa Eucaristía, ¿qué hay que hacer? Sacarlo de aquel lugar y no volverle a permitir la entrada –a no ser que cambie—, y sólo queda orar por él.

¿Qué haría María en algún caso de estos? Oraría hasta el cansancio por su conversión, ¿acaso no es esto mejor que hablar con él?

Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.

Gabriel López

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