14 agosto, 2010

comentario del Evangelio por Cardenal Joseph Ratzinger [Papa Benedicto XVI]

Retiro predicado en el Vaticano, 1983
«Jesús cogió de la mano a un niño, lo puso a su lado y les dijo: 'El que acoge a este niño en mi nombre, me acoge a mí'» (Lc 9, 48)

Es preciso recordar que el atributo esencial de Jesús, es el que expresa su dignidad, el de «Hijo»... La orientación de su vida, el motivo originario y el objetivo que la han modelado, se expresa en una sola palabra: «Abba, Padre amado». Jesús sabía que no estaba jamás solo y que, hasta su último grito en la cruz, no hizo más que obedecer a aquel a quien llamaba Padre, y toda su vida fue enteramente un tender hacia él. Esto sólo nos permite explicar que hasta el final rechazara llamarse rey, o señor, o también atribuirse cualquier otro título de poder, pero sí que haya recorrido a un término que podríamos traducir por «niño pequeño».

Se puede, pues, decir lo siguiente: si en la predicación de Jesús la infancia ocupa un lugar tan extraordinario es porque corresponde a lo más profundo de su misterio más personal, a su filiación. Su más alta dignidad, la que nos lleva a su divinidad, no consiste finalmente en un poder que él habría usado: se funda sobre su ser orientado hacia el otro: Dios, el Padre. El e exegeta alemán Joachim Jeremías dice muy bien que ser niño, en el sentido de Jesús, significa aprender a decir «Padre».

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