30 agosto, 2010

Domingo 29 de agosto de 2010. Lc 14, 1, 7-14

¿Cómo ocupar el último puesto sabiendo que el mundo nos exige estar en los primeros? Tremendo dilema en el que nos encontramos, por un lado la presión del mundo y por el otro la verdad misma, Jesucristo. Obviamente debemos mirar a nuestro Señor e imitarlo en todo, pero me llena de tristeza ver cómo tantas personas se sienten irremediablemente atraídas por las vanidades del mundo; yo tampoco estoy exento de ello y por eso me encomiendo a la Inmaculada.

Mirando a la Inmaculada comprendemos el verdadero sentido de la humildad. La Inmaculada es el reflejo perfectísimo de la bondad de Dios. La Inmaculada nos lleva directamente a la Santísima Trinidad y mirándola a Ella comprenderemos los misterios y designios divinos.

Es imposible contemplar a la Inmaculada sin sentirse devastadoramente atraídos a Dios. Es imposible contemplar a la Inmaculada y no buscar la santidad. Es imposible mirarla a Ella, la Reina de la Creación y Madre de Misericordia sin recibir el amor del irresistible corazón de Jesús en nuestra alma.

Jesús, ¡quién pudiera tan solo acercarse un poco al amor que tienes por tu Madre!

Madre María, enamóranos de ti; que nuestro corazón se inflame y se consuma de amor por ti. Que nuestra vida sea vivida sólo por ti. ¿Será que después de esto podremos aspirar a sentarnos en los mejores puestos?

Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.

No hay comentarios:

Search