25 agosto, 2010

Miércoles 25 de agosto de 2010. Mt 23,27-32

sepulcro-blanqueado[1] Ay de nosotros, sepulcros blanqueados. ¡Qué fácil es aparentar ser bueno! Cualquiera puede hacer eso. Qué diferente es ser bueno desde el corazón. Muchas veces nos preocupamos de lo exterior, de parecer humildes, de tratar de convencer a los demás de que somos buenos. Qué fácil es creer que nuestro corazón está cimentado en Dios. Pero si la vemos a Ella, a la Inmaculada, veremos cuán lejos estamos de la verdad. María es como aquella luz que ilumina nuestro interior porque su pureza y su fulgor blanquísimo dejan al descubierto toda nuestra miseria.

María es como la luz que alumbra la calle en la noche, estando a su lado veremos perfectamente nuestro estado. Aparte de ser luz es también espejo, porque al observarla a Ella inmediatamente vemos cómo somos y tenemos la oportunidad de conocernos a nosotros mismos.

Madre Inmaculada, ¿Cómo actuar y vivir con una intención recta como la tuya? Ya sé, la oración. La verdadera oración, aquella que nos une al Señor, aquella que nos eleva a lo más alto del cielo, aquella que nos exige un cambio de vida.

Gracias Señor porque a la vez nos desenmascaras y nos muestras a tu Madre. Gracias porque eres como el médico bueno que no tiene miedo de decir la verdad pero tampoco lo tiene de dar la cura. Gracias por María, porque con Ella la batalla es diferente. Gracias María, no me dejes dejarte.

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