21 agosto, 2010

Sábado 21 de agosto de 2010. Mt 23, 1-12

A nosotros nos encanta ser tenidos en cuenta, llamados a los mejores puestos, ser consultados, aplaudidos y ensalzados. El hombre se esfuerza por sobresalir ante los demás hombres. El pecado original ha dejado una herida profundísima en nuestros corazones.

¿Cómo remediar esto? Solamente con la gracia que viene del Señor se puede atacar este vicio que nos carcome por dentro. Los sacramentos son fundamentales para atacar el vicio que hemos alimentado durante mucho tiempo.

María nos enseña, ayuda, guía por el camino de la gracia. Ella es madre de gracia y de misericordia. La Inmaculada es un remedio poderosísimo para los vicios, porque Ella nos lleva a la luz y la luz acaba con la oscuridad.

¿Quién pudiera ser como tú, María? Que dicha poder contar con las herramientas suficientes (y sobreabundantes) para vencer el vicio, el pecado y la maldad. Qué dicha poder contar con la ayuda de la Madre de Dios para triunfar en la lucha espiritual. Que alegría saber que en la Eucaristía está el mismo Dios esperando por nosotros.

Todo por la Inmaculada, nada sin Ella.

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