05 septiembre, 2010

Domingo, 05 de septiembre de 2010. Lc 14,25-33


¿No hay que amar a padre y a madre, a la mujer y a los hijos, hermanos y hermanas, y hasta la propia vida? El Señor no dice que no haya que amarlos, sino que hay que amarlo más a El, ponerlo primero, amarlo sobre todas las cosas, y luego poder amar al prójimo como sí mismos.

¿Cómo es nuestro amor a los seres queridos? ¿Cómo es nuestro amor propio? Pues, a veces hablamos con las personas y nos damos cuenta que un padre de familia carga en su billetera la foto de sus hijos y son felices hablando de ellos, entonces si el Amor a Dios debe ser mayor ¿Cómo debe manifestarse?

Creo que Jesús nos responde en los ejemplos que pone, porque si nuestra meta es la santidad y no hay santo sin amor a Dios, debemos proponernos la forma de disponernos para dejarnos amar, tener hábitos santos, para que Dios no pase a un segundo plano y en consecuencia, se pondrá en el lugar que se merece, habrá renuncias porque será un tiempo no negociable, exclusivo de quien debe Reinar en nuestro corazón, y no sólo de tiempo sino también de disposición, de consultarle primero al amor, de compartir las luchas, las alegrías, los sufrimientos con ÉL.

Mamita María, nos hemos dado cuenta que no somos capaces de luchar contra el ejército de los apegos, contra los enemigos del alma que nos vienen a atacar, ¡somos demasiado débiles! Pero con tu auxilio venceremos, tu intercedes para que se transforme el agua insípida en el mas delicioso vino, tu nos enseñar a utilizar todas las armaduras de la gracia para que tu inmaculado corazón triunfe en nosotros y en toda la humanidad. Amen

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